La estética ilusionista. Reflexiones sobre el libro Tlaxcala, la invención de un convento

 

El cambio es la única característica permanente en todos los objetos y enseres en cualquier lugar, y en todas las épocas. El libro Tlaxcala: la invención de un convento, es el producto de una investigación que debe consolidar de manera definitiva la metodología de trabajo más adecuada para el estudio de los ex conjuntos conventuales: la investigación por equipo efectuada por profesionales de diferentes ámbitos del conocimiento: historia, historia del arte, restauración, arquitectura. Asimismo, queda completamente claro, que los conventos de frailes mendicantes fundados en el siglo XVI no han dejado de ser modificados y alterados, y que aún hoy en día son obras en constante cambio en la forma de entenderlos y en la manera de utilizarlos. A partir de tal entendimiento, propondré algunas ideas surgidas por la lectura de tan encomiable publicación.

En Tlaxcala, reflexiona la coordinadora de la publicación, Alejandra González Leyva, no se desarrolló una gran arquitectura o una arquitectura de altos vuelos como en otros conjuntos conventuales contemporáneos. Esto, en mi opinión resulta cierto en el conjunto de la historia del arte virreinal, pero, sobre todo, fue una suerte de bendición para los lugareños, que así no tuvieron que padecer las imposiciones, los rigores y agobios producto de la conversión religiosa del siglo XVI, que significó en tantos lugares de la Nueva España la carga física de construir voluminosos palacios de fe ni trabajar jornadas largas y extenuantes por el subjetivísimo sueldo de la “salvación”.

El convento franciscano de Tlaxcala habría sido concluido entre 1584 y 1589, y a partir de entonces se da una vorágine de transformaciones y cambios hasta el día de hoy. En la publicación, el conjunto de figuras e ilustraciones dan cuenta de lo complicado que ha sido la labor de reflexionar sobre las etapas constructivas, y cotejarlas mediante el rescate documental.

A merced de los temblores y las vicisitudes naturales, resulta revelador para la historiografía del arte novohispano la formulación de hipótesis sobre el efecto de los fenómenos naturales como agentes activos de la ruina, recomposición y cambio en los ajuares eclesiásticos y los bienes inmueble. En la literatura, se ha enfatizado otros fenómenos como conductores de los cambios en las formas, los estilos y la reconfiguración del arte colonial, mas el capítulo 2 del libro en discusión abre la posibilidad de cotejar la documentación sobre los fenómenos sísmicos y la transformación de los bienes. En este caso, la doctora González Leyva refiere a dos temblores devastadores y terroríficos: los acaecidos en 1711 y 1837: “Los testimonios hallados hasta el momento ofrecen sólo un puñado de datos que pueden servir de base hipotética para entender el porqué una gran mayoría de conjuntos conventuales y edificios virreinales localizados en esa zona de alta sismicidad fueron reconstruidos en el siglo XVIII, no sólo en su arquitectura sino incluso en su decoración retablística”. (p. 111)

Del mismo modo, llama la atención como a lo largo de los siglos, el río Zahuapan, hasta bien entrado el siglo XIX, era un protagonista de una importante cantidad de sucesos nefastos: inundaciones, humedades y pérdidas humanas. Las humedades de Tlaxcala fueron y son uno de los principales enemigos de su antiguo convento franciscano, situación que, al parecer, no ha tenido remedio definitivo.

La estética ilusionista

“La invención del arte conventual del siglo XVI aparece no sólo en lo que fue el humilde inmueble franciscano de Tlaxcala, sino también en uno de los ejemplos más importantes, espléndidos y refinados de la arquitectura novohispana: el ex convento de Santo Domingo de Yanhuitlán. Uno y otro han cambiado paulatinamente sus formas y materiales sobre todo después de la Revolución y hasta nuestros días. Ambos han sido objeto de intervenciones integrales aproximadamente cada diez años que los han hecho lucir completamente diferentes, en ellos se ha operado una metamorfosis. En realidad se han convertido en una ficción, en una invención del arte de hoy y que nunca fue.” (p. 148)

Desde los comienzos de la plena institucionalización del patrimonio mexicano, es decir, los años treinta del siglo XX, las agencias y dependencias del Estado se han encargado del mantenimiento, restauración y reedificación del patrimonio mueble e inmueble de la nación. Y dichas acciones son un reflejo directo del modus operandi del Estado mexicano, su cultura de acción, con malas y buenas prácticas. El texto en comento da cuenta de cómo cada diez años, aproximadamente, hay alguna faena interventora en el edificio. Esto es en parte reflejo de la enorme rotación de personal en las instituciones. Cada equis número de años las secretarías, subsecretarías, institutos, departamentos, áreas y personal vuelven la hoja, son modificados, se reasignan responsabilidades y competencias, asimismo, el personal se recicla, quien en algún momento era administrativo entra al quite en operaciones, y quien era mando medio desaparece y reaparece como otra cosa.

De la misma manera, las ideas y posturas sobre el cómo de la intervención de los edificios cambian y se modifican. Cada generación de encargados de obra aplica novedades, que en gran medida ignora los informes de la generación anterior y la anterior a ésta, y la anterior a esa. Claro, cuando hay informes o reportes de las intervenciones, porque en muchos casos, dichos documentos son conspicuos por su ausencia.

Tomando en consideración lo anterior, se da el fenómeno de lo que postulo llamar la estética ilusionista. Es decir, la invención ilusoria de espacios y formas. La ilusión va en dos sentidos, acaso por un lado la ilusión del restaurador de obtener espaldarazos y prestigios por las bondades de su trabajo, “su” obra, y en segundo lugar, la ilusión de dotar a los edificios de una apariencia dignificada, que trate a toda costa de parecer del siglo XVI, y si no se puede, al menos que en el acto de reinauguración o reapertura el funcionario en turno y alto mando, se tome la copa y respire aliviado de que los recursos otorgados al proyecto en cuestión, son evidentes, que el edificio quedó “bonito”, quedó “increíble” o “maravilloso”. No quiero decir con esto, bajo ningún esquema, que los restauradores trabajen exclusivamente movidos por las vicisitudes del servicio público, mas, todo funcionario o ex funcionario bien sabe que los trabajos en dicho ramo rara vez tienen fines exclusivamente en pos de la buena labor profesional, no, en realidad hay motivaciones mixtas y agendas personales e institucionales que hacen mucho más complejo el desempeño y la realización del trabajo.
Acaso el ejemplo más perturbadoramente elocuente al que remite el libro, de la relación entre edificio y los designios institucionales, es el nefasto, tremendo y surrealista caso del incidente ocurrido en 1992, cuando a alguna mente particularmente pedestre se le ocurrió, en el contexto de las celebraciones del mal llamado “descubrimiento” de América, colocar fuegos artificiales en una capilla posa del suroeste del patio. Como debía esperarse, voló la pólvora, y con ella, la capilla. Uno se pregunta en qué cabeza podría caber semejante audacia, ¡Tamaña barbaridad! ¡Cuántas afectaciones infames no ha sufrido el patrimonio merced a la estulticia institucional!.

En resumen, a la pregunta válida, ¿por qué las restauraciones arquitectónicas suelen reconfigurar o reinventar los edificios intervenidos? se podría contestar: porque la acción institucional es mucho más complicada que la vida misma, porque la acción institucional requiere de una estética ilusionista para su propia supervivencia.

Otra reflexión sobre la estética ilusionista me lleva al culto y la adoración para con un siglo XVI que existió primordialmente en las mentes de los teóricos. Pareciera que el deseado, el idolatrado siglo XVI otorga una pátina ideológica a los edificios, de algún modo, el pensar los inmuebles como producto de dicha centuria los hace más valiosos, más deseables, mejores. A algunos autores les hace ilusión que hayan sido realizados, y sea visible, la mano de obra indígena. Otros se entusiasman con su relación con la tratadista de corte clasicista del Renacimiento, y algunos más gustan de ellos sencillamente por su filiación y simpatía con el clero y la empresa evangelizadora.

 

 

 


BIBLIOGRAFÍA
González Leyva, Alejandra (coordinadora), Tlaxcala, la invención de un convento, México, Facultad de Filosofía y Letras, Dirección General de Asuntos del Personal Académico, Universidad Nacional Autónoma de México, 2014.

 

Libro disponible en formato pdf

 


 

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