La otra cara de Velasco, trazos de las ciencias humanas

Autor: Víctor Rodríguez Rangel

 

Pintor consagrado del género de paisaje académico, profesor emérito de la antigua Academia de San Carlos y definidor artístico por excelencia de los signos arquetípicos de la identidad territorial de México, José María Velasco (1840-1912) es esto y más.

Polifacético como pocos, más allá de la recreación sensible de bucólicos y pausados panoramas excepcionales instalados en la memoria colectiva, en Velasco existieron otras facetas igual de memorables en el campo de la fusión entre arte y ciencia.

Devoto miembro de la Sociedad Católica Mexicana, Velasco fue un actor ideológico del paradigma de su época, entre la tradición dogmática de la sociedad conservadora y la racional explicación empírica del universo, en el marco de la era del progreso positivista y la fe por la modernidad tecnológica en el último tercio del siglo XIX. Genio y figura de verdad hasta la sepultura, el paisajista escaló a la presidencia de la Sociedad Mexicana de Historia Natural y fue un creativo ilustrador de la revista de esta sociedad científica: La Naturaleza; al tiempo fue dibujante y pintor del Museo Nacional (de etnografía, historia y arqueología) y de su gaceta Anales; así como miembro del Instituto de Geología de México en las postrimerías del Porfiriato.

El conjunto de actividades que Velasco desempeñaba en la cultura, las artes y la ciencia, se detuvieron fatídicamente el 26 de agosto de 1912. A sus bien vividos setenta y dos años, murió de angina de pecho con un fuerte dolor en el brazo que lo agobiaba desde tempranas horas de la mañana. Atendido por su hermano Antonio, quien era doctor, la investigadora María Elena Altamirano, descendiente del pintor, nos narra que “a las cuatro y veinte de la tarde, rodeado por su esposa, sus hijos y sus nietos, y su confesor, José María Velasco apoyó la cabeza en el respaldo del sillón [dispuesto en la sala de su casa de la Villa de Guadalupe], y cerró los ojos para siempre” (Homenaje Nacional, t.2, Munal, 1993, p. 498).

En este ensayo me he propuesto de forma reducida describir y desentrañar el asunto de siete pinturas y acuarelas del insigne paisajista. Las piezas seleccionadas transitan de la interpretación poética y sugestiva a los contenidos interdisciplinarios de la arqueología, la paleontología, la botánica y la historia.

El precepto teórico para que el pintor de paisaje “naturalista” se cultivara de la observación científica y así ampliar sus recursos en la tarea de la representación de todo lo habido y por haber en el cosmos, a través del aprendizaje de zoología, de las condiciones atmosféricas [meteorología], de geología, botánica, etcétera, fue inculcado en Velasco a partir de las lecciones del plan de estudios para la disciplina impartidas por su profesor, el italiano Eugenio Landesio. El europeo, como primer director de la cátedra independiente de Perspectiva, Paisaje y Ornato en la Academia de San Carlos desde 1855, opinaba:

“El joven que quiera volverse un pintor general [a la pintura de paisaje le llamaba general y a la de figura particular], supuesto que existan en él todas las calidades que se requieren, es decir: genio, entusiasmo, constancia, diligencia sin ninguna sombra de pereza, buena conformación de ojo, apta a leer las finuras de las sombras y de los colores, junto a una fina sensibilidad de alma, y proporciones para que pueda dedicarse enteramente al estudio sin pensar en la subsistencia; será bueno que después de aquellos estudios que son comunes a un joven fino, cursar matemáticas, física, química e historia natural [entendiendo todas las disciplinas que encierra historia natural]” (Memoria, núm. 5, Munal, 1992, p. 76).

 

Estas líneas resumen el compromiso ideológico del profesor como maestro de paisaje; su disciplina y lo estricto que debió de haber sido, pendiente de hacer de sus discípulos verdaderos eruditos que enaltezcan la profesión de pintor de paisaje como un género no menor. Bajo este rigor académico, fue así que Velasco comprendió y se cultivó, primero, en el conocimiento e las ciencias naturales, tomando clases en sus tiempos libres en el lugar en que las impartían, en la Escuela de Medicina, que entonces estaba en el ex palacio de la Inquisición –en la Plaza de Santo Domingo-, para posteriormente empaparse de las ciencias sociales como la historia, la arqueología y la etnología.

Mucho se ha escrito sobre la manera en que Velasco despuntó superando a sus condiscípulos como alumno en la Academia, así como la ascendente maestría de los cuadros que presentó en las distintas exposiciones periódicas del plantel durante las décadas de los sesenta y setenta del siglo XIX, por lo que fue entonces evidente que Velasco era el suplente natural del italiano. En el año de 1877, luego de algunas complicaciones burocráticas en los años previos, finalmente nuestro pintor asumió el cargo de todo el ramo de pintura de paisaje en la Academia. Se ocupó de un reto que le significó invertir toda su atención laboral, no obstante fue en aquel momento que aceptó la invitación para colaborar como ilustrador para las labores de la representación visual de objetos y sitios arqueológicos en el Museo Nacional. De estas actividades se desprende la realización de muchas obras velasquianas con asuntos propios de la materia y de las cuales algunas pinturas y acuarelas como La pirámide del Sol en Teotihuacán, Baño de Nezahualcoyotl, Vaso Azteca y Olla Azteca, que en su momento fueron comisionadas por el Museo Nacional y conservadas como parte de su acervo, se encuentran ahora en los fondos del Museo Nacional de Arte (Munal), en la ciudad de México.

José María Velasco. Pirámide del Sol en Teotihuacán. Óleo sobre tela. 1878. Museo Nacional de Arte, INBA Acervo Constitutivo, 1982

 

José María Velasco. Baño de Nezahualcoyotl. Óleo sobre papel pegado en tela. 1878. Museo Nacional de Arte, INBA Acervo Constitutivo, 1982

 

José María Velasco. Vaso azteca, Acuarela sobre papel. Nacional de Arte, INBA Acervo Constitutivo, 1982

 

José María Velasco. Olla azteca. Acuarela sobre papel. Museo Nacional de Arte, INBA. Adjudicación, 1990

 

En un estudio titulado José María Velasco y el dibujo arqueológico, Carlos Martínez Marín consigna que Velasco fue formalmente nombrado “Dibujante del Museo Nacional” el 20 de julio de 1880, propuesto por el director Gumersindo [o Gumesindo] Mendoza, quien argumentaba ante el Ministerio del que dependía, la Secretaría de Justicia e Instrucción Pública, que lo proponía por ser persona competente para ese objeto y que ha ejecutado satisfactoriamente los trabajos que se le han encomendado en ese Establecimiento (Homenaje José María Velasco, UNAM, 1989, p. 205). Sin embargo, desde 1877 venía colaborando como invitado para el Museo y para la publicación Anales.

En 1878 el director del Museo Nacional organizó una serie de expediciones a los sitios arqueológicos de Teotihuacán y al cerro de Tezcotzingo, cerca de la cabecera del hoy municipio de Texcoco. Velasco participó y concurrió como dibujante, de ahí se desprenden los óleos Pirámide del Sol en Teotihuacán y Baño de Nezahualcoyotl, que lucen en la sala 22 del Munal, y de los cuales el propio paisajista consignó que las ejecutó ante el natural, en el campo de la exploración. A partir de estas dos pinturas y de una más, Pirámide del Sol y de la Luna -colección particular-, el artista reprodujo otras pinturas de menor tamaño en el taller del Museo, así como dos estampas litográficas espectaculares para los artículos sobre Teotihuacán en Anales. En la obra sobre “la ciudad de los Dioses”, enclavada en San Juan Teotihuacán, el artista se situó en la cúspide de la pirámide de la Luna y capturó el vertiginoso panorama hacia el sur, representando en el primer plano la plaza rectangular de la cual arranca hasta el horizonte la Calzada de los Muertos, flanqueada por el macizo de la del Sol. Las montañas, cielo y terrenos son magistrales en su naturalismo, sorprendiendo el registro histórico de todos los montículos cubiertos de maleza y que hoy sabemos, ya peinados, que son templos múltiples y diversos.

En el Baño de Nezahualcoyotl, abrazados por un panorama silvestre en la cima de una montaña, los vestigios arqueológicos nos permiten medio entender la ingeniería hidráulica de éste especie de temazcal (sauna) prehispánico, construido e instalado en la época y en los dominio del rey y poeta Nezahualcoyotl, personalidad de la cultura texcocana persuadido a ser aliado de México-Tenochtitlán. Podemos distinguir una escalinata, la tina que en su momento estuvo dentro de una habitación de mampostería, y una especie de caño que sirvió para desfogar el agua en forma de cascada sobre la ladera. Toda esta instalación labrada sobre la enorme roca que pende como peñasco.

Por otro lado, los supuestos vaso y olla azteca, logrados dibujos a la acuarela, forman parte de las decenas de interpretaciones artísticas que Velasco realizó de las colecciones históricas y Arqueológicas del Museo Nacional de México. Catalogadas de manera confusa por el INBA, la historiadora de arte e investigadora del INAH Esther Acevedo, ha apuntado a que los diseños formales, botánicos y zoomorfos, son de origen teotihuacano y que estas dos ilustraciones reproducen una misma vasija por sus ambas caras, pieza que de manera tangible debe de pertenecer a las colecciones del Museo Nacional de Antropología. El objeto policromado y decorado sobre estuco y materia de inspiración artística para Velasco, formó parte de un extenso contingente del patrimonio arqueológico nacional remitido, para la representación mexicana, a la Exposición Histórica Americana de Madrid en 1892, en el cuarto centenario del “descubrimiento del Nuevo Mundo”.

La colaboración del famoso paisajista en la divulgación del patrimonio arqueológico de México fue rica, particularmente en ese tiempo donde era cada vez más evidente la necesidad de que el dibujo del tema se incorporara en los trabajos institucionales. Su labor motivo a otros pintores académicos a seguir sus pasos. Diestro Velasco en la ilustración científica naturalista, aves, plantas, frutos o anfibios, alcanzó la dirección de la Sociedad de Historia Natural en 1881. Más adelante realizó unas extrañas obras que forman también parte de su palmarés, aquellas con contenido de las polémicas teorías evolucionistas propias de su tiempo, y que generaron una imaginería sobre la apariencia que debió de haber tenido la fauna y flora prehistórica en las eras geológicas de la tierra.

La interpretación del periodo Cenozoico Mioceno y del Cuaternario Paleolítico Superior, pequeños y minuciosos óleos sobre cartón expuestos en la vitrina de la sala 22 del Munal, forman parte de un cuerpo de diez bocetos previos a la ejecución de los amplios lienzos que se montaron en el primer nivel del Instituto Geológico Nacional, frente a la Alameda de Santa María la Rivera (el hasta hoy Museo de Geología).

Son pinturas basadas en una serie de estampas del paleontólogo J. Hoffmann, publicadas en Viena, sobre la evolución de la flora y la fauna marina y terrestre. Una de ellas vislumbra un paisaje del periodo Cenozoico con la presencia de los primeros mamíferos sobre la superficie continental, mientras que la otra, es una vista de un paisaje nocturno, con luna llena, del Paleolítico Superior y en la que un grupo de Homo Sapiens gozan de las ventajas de haber aprendido a manipular el fuego junto a los orificios cavernarios que les sirven de resguardo. Estos hombres prehistóricos graban sobre un colmillo de mamut y manufacturan objetos.

José María Velasco. Evolución de la vida continental en el globo terrestre. Flora y fauna del periodo Cenozoico Mioceno. Museo Nacional de Arte, INBA. Museo Nacional de Arte, INBA. Acervo Constitutivo, 1982

 

José María Velasco. Escena del periodo Cuaternario Paleolítico Superior. Evolución de la vida continental en el globo terrestre. Estudio geológico. Óleo sobre cartón. Museo Nacional de Arte, INBA. Acervo Constitutivo, 1982

 

Los pasajes sobre la historia de México desde su Conquista, también fueron explorados como signos geográficos y botánicos enclavados en el paisaje nacional, para muestra la luminosa acuarela sobre el Árbol de la Noche triste, ancestral ahuehuete trazado por Velasco como el eje del primer plano del episodio, en una localidad definida por los rumbos de Popotla y en la que lloró supuestamente Hernán Cortés la muerte de una buena parte de sus huestes en la huida de la Noche Triste, el 30 de junio de 1520. La fidedigna reproducción taxonómica de este viejo árbol de un simbolismo histórico, responde de origen a los estudios académico en las expediciones que generaron bosquejos preparatorios a partir de observar y fraccionar los componentes del paisaje, para posteriormente integrarlos a las obras definitivas en el estudio.

 

José María Velasco. Ahuehuete de la Noche Triste. Acuarela sobre papel. 1910. Museo Nacional de Arte, INBA Acervo Constitutivo, 1982

 

Por todos los aportes a la historia de la ilustración científica en el siglo XIX, José María Velasco es un artista completo que llevó la pintura de paisaje a su plenitud expresiva en aquella época empírica de la “segunda Revolución Industrial”, al tiempo que capitalizó sus dotes de dibujante, observador, humanista y naturalista, al terreno de la representación del cosmos para fines científicos.

 


Víctor Rodríguez Rangel

Historiador del arte
Curador del acervo del siglo XIX
Museo Nacional de Arte (Munal)

 

 

 

 

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