
¡Que Viva México!, el plan fílmico más grande de Eisenstein
Serguei Eisenstein, el genio del cine soviético que viajó a México para retratar el sincretismo del México posrevolucionario.
Serguéi Mijailóvich Eisenstein era un comunista de origen judío, pero no ruso, nació en Letonia un 22 de enero de 1898, sólo tres años después de que el gran invento de los Hermanos Lumiere (el cinematógrafo) saliera a la luz pública. Su filmografía es corta, pero muy polémica y muchas veces prohibida, es el autor de la película, de la que más se ha escrito, “El acorazado Potemkin” (1925).
La polémica que causaba por sus películas e ideales comunistas y el hecho de que hablaba de manera fluida alemán, francés e inglés, lo llevaron a viajar por Europa. Posteriormente la compañía productora y distribuidora norteamericana Paramount lo llevó a Hollywood; en 1930 llegó a los Estados Unidos Americanos, pero a pesar de que fue tratado como un genio y escribió varios guiones, nunca lo dejaron filmar nada, porque temían que sus ideales de colectivización permearan en la sociedad estadounidense, en conclusión, Paramount puso fin a su contrato con Eisenstein.
A principios de diciembre de ese mismo año llegó a México, acompañado de Grigory Aleksandrov y Eduard Tissé, asistente de dirección y camarógrafo respectivamente, con el objetivo de realizar un film sobre las costumbres, leyendas y el modo de vida de los mexicanos, ya que Eisenstein tenía un enorme interés por el folclore local.
Pero un poco parecido al temor norteamericano, a las autoridades mexicanas les preocupaba que el equipo retratara los problemas sociales del país y a su llegada fueron detenidos; un par de horas después fueron puestos en libertad y les otorgaron el permiso para filmar bajo una condición, que fueran acompañados por el etnólogo Agustín Aragón Leiva y el artista Adolfo Best Maugard.
Habiendo aceptado esta condición iniciaron un recorrido por todo el país, al grupo se anexaron los tres más grandes muralistas de México: Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco, y la película comenzó a rodarse el 11 de diciembre de 1930 en Tacubaya, con un presupuesto original de 25,000 dólares auspiciados por la Mexican Film Trust, conformada por el escritor estadounidense Upton Sinclair y su esposa Mary Craig Sinclair, para cubrir tres o cuatro meses de rodaje, a cambio de esto, la película debería ser concluida y entregada el año siguiente para ser estrenada.
Todo el proceso se fue desarrollando orgánicamente, a la par que iban conociendo el país, se fue desarrollando el film. Einsenstein sentía que este país poco común, merecía una película poco común, y que la trágica historia de México, podía ser contada sin actores o escenarios. La idea principal era retratar el folclore desde el México Prehispánico y Colonial, hasta la Revolución, pasando, claro, por sus fiestas más importantes; fue concebido como una sinfonía cinematográfica, por lo cual estaría compuesta de un prólogo, cuatro episodios y un epílogo.
En ¡Que Viva México!, el tiempo en el prólogo es la eternidad, el pasado domina el presente y no sabemos si las imágenes que vemos de Teotihuacán y Chichen Itzá están ocurriendo ahora, hace 20 años o hace 1000, pero la cámara, aunque permanece fija, su plano contrapicado nos demuestra la grandeza de estas ruinas sagradas y de piedras gigantes, y con los close up nos queda claro que sin importar cuanto tiempo haya pasado de aquel México Prehispánico aún conservamos los rasgos de nuestros antepasados.
En los tres episodios siguientes: La Sandunga, Fiesta y Maguey, vemos cómo se desarrolla una terna de eventos sociales, marcados los tres de cierta manera por la religión; el primero podría considerarse como un episodio donde las mujeres dominan el cuadro; en el segundo podemos observar la herencia dejada por los españoles, una fiesta católica y una corrida de toros; y en la última podemos ver que la venganza desencadena una lucha de clases.
El cuarto episodio Soldadera, nunca llegó a grabarse, pero el mismo Aleksandrov dijo que este iría dedicado a reivindicar la figura de la mujer combatiente y revolucionaria de 1910 y estaría inspirado directamente en el trabajo de José Clemente Orozco.
En el capítulo final, el epílogo, vemos retratada la festividad más famosa o con la que se asocia más fácilmente al país, el día de muertos, los emblemas de la muerte y el significado que tiene para nosotros, que más que de luto, es una fiesta, donde se come, se bebe, se baila y sobre todo se burla de la muerte. La narrativa de Eisenstein es muy particular, evita el individualismo, ya que sus protagonistas son el pueblo y la masa, y constantemente, sus actores son tomados de los mismos ámbitos sociales plasmados en el film.
Si bien hay algunos fragmentos planeados, la mayor parte de la película nos expone un documental muy ilustrativo de lo que fue y es México; todas las imágenes dan pie y enriquecen el imaginario colectivo que se tiene del país, sobre todo en el extranjero, es como si los murales de Rivera, Orozco y Siqueiros, y las catrinas de Posadas cobraran vida, incluso cada uno de los episodios contenidos podrían verse como una oda al trabajo de estos artistas, que en cada secuencia nos va revelando el folclor que caracteriza a esta nación, y aunque nos sea presentado en blanco y negro, en nuestra mente podemos ir pintando de colores, llenando de olores y texturas cada uno de los fotogramas presentados, por el sentimiento que nos evocan.
Después de 2 años y de 53,000 dólares invertidos, los Sinclair dejaron de patrocinar el proyecto, ¡Que Viva México! quedó inconclusa, Eisenstein y su equipo regresaron a casa y los 60,000 metros de celuloide fueron enviados a Hollywood tal y como se pactó al principio, pero sin sonido y sin música. En 1933, se estrenó Trueno sobre México y así como éste existe 2 montajes más, pero ninguno hecho por el director.
Eisenstein murió en 1948 y a pesar de que no logró darle la forma deseada a su trabajo mexicano, éste tuvo gran influencia en el cine nacional, varios directores descubrirían en ella una inspiración para encontrarle una trascendencia casi poética a los paisajes más insignificantes, donde las abundantes nubes se vuelven parte casi inherente de la composición fotográfica de los años venideros, en lo personal considero a Gabriel Figueroa como su máximo ejemplo.
En 1956 Sinclair donó el material al Museo de Arte Moderno de New York, quienes a su vez regresaron el material a la Unión Soviética y sus creadores, Aleksandrov creó un montaje basándose en los storyboard y el guion del director, y esta obra fue estrenada en 1979, casi 10 años después de devuelto el material.