
Saturnino Herrán, patrimonio artístico de la nación. Centenario luctuoso
Por: Víctor T. Rodríguez Rangel
El 8 de octubre de 1818, el círculo de la cultura y de las artes de México se cubrió de luto, tristemente dejó de existir, a sus prematuros 31 años de edad, la gloria de los pinceles de Aguascalientes, Saturnino Herrán (1887-1918).
El dolor quedó manifiesto en un lastimoso gesto en todos los profesores y alumnos de la antigua Academia de San Carlos quienes asistieron a su funeral. ¿Cómo era posible que la muerte le arrebatara la vida a un talento de esta índole? era quizá, la pregunta generalizada cuando fue inhumado en el Panteón Español.
Recordamos al Herrán, patrimonio artístico de la nación y año de su centenario luctuoso, a través de dos de sus pinturas más famosas inscritas dentro del nacionalismo simbolista y modernista de la más adelantada vanguardia mexicana de principios del siglo XX. En vida, destacó entre una generación dorada de artistas muy jóvenes formados en la Academia, como Diego Rivera, Roberto Montenegro, Goitia, Ángel Zárraga, Gerardo Murillo (Dr. Atl), Francisco de la Torre, Romano Guillemín y Alberto Garduño, entre otros.
Un lustro antes del morir, el joven Saturnino Herrán, quien era profesor de dibujo del desnudo en la Escuela Nacional de Bellas Artes (Academia de San Carlos), pintó un vistoso episodio costumbrista —de compactada composición sesgada— sobre los sureños alrededores lacustres y chinamperos de la ciudad de México; al tiempo que realizaba un retrato de su señora esposa ataviada de un ceñido y sedoso vestido español con un mantón filipino.
En ambas producciones, dotadas de genialidad naturalista, están latentes sus aplicadas lecciones con maestros de la talla de Julio Ruelas, Antonio Fabrés, Leandro Izaguirre y Germán Gedovius. De ellos aprendió el virtuosismo del dibujo, de la composición y del colorido, y de su tiempo asumió las vertientes modernistas que renovaban las concepciones estéticas del siglo XIX y que se encontraban en la búsqueda de una impronta nacionalista.
El lienzo La ofrenda, tal vez una premonición de la pronta desgracia de nuestro autor, más que ser una romántica escena de la vida cotidiana de unos indígenas del altiplano llevando un tributo floral a sus muertos, esconde un hondo mensaje sobre el devenir de la vida a la muerte, latente en todas las generaciones ejemplificadas en la chalupa y en las flores de zempasúchitl, al tiempo que la pasividad gestual de los protagonistas expresa la preocupación de los sectores culturales del México por el doloroso abandono de una raza sometida desde la Conquista y su anclaje en el pasado, desterrados y resignados del progreso.
Esta obra, de las más reconocidas del autor, genera una inquietante atracción, por la mirada de la niña fijada en los espectadores, por las espectaculares ondas en el espejo de agua, por el verismo de la materia táctil de la canoa de madera y, en fin, por muchos y cada uno de sus detalles que han sido mencionados, con profusión, en diferentes fuentes que abordan la pieza. Ante esto prefiero ampliar mis comentarios sobre la obra La dama del mantón.
Saturnino Herrán. La ofrenda. 1913. Óleo sobre tela. Museo Nacional de Arte, INBA Acervo Constitutivo, 1982
El investigador Fausto Ramírez, acertadamente, se refiere al tipo de obras como La dama del mantón: como una manola del sentimiento del alma nacional (Cimientos. 65 años del INBA, p. 88). A todo lo alto del eje central, Rosario Arellano, quién contrajo nupcias con Herrán ese año de 1914, se expande como una mariposa y exhibe el fastuoso colorido de sus prendas sedosas.
El pintor, en diversos cuadros, se hizo de la imagen y personalidad de su esposa para utilizarla como modelo con prendas regionales que exaltan la identidad mestiza de la nación, así podría encarnar como tehuana el alma nativa de origen étnico, que como manola la tradición española. En La dama del matón destaca la estilizada y bella figura de su esposa, al tiempo que se engalana con un suntuoso mantón de Manila trabajado con bordados de flores y plumas de pavorreal. La figura se erige sobre un fondo neutro, casi claustrofóbico, de una inclinación cromática por los verdes sombríos que caracterizan la paleta de Herrán.
Saturnino Herrán. La dama del mantón. 1914. Óleo sobre tela. Museo Nacional de Arte, INBA. Adquisición INBA, 2010
Su deceso fue motivo de una gran atención por las publicaciones periódicas del momento. Por ejemplo, el periódico Excélsior del 18 de octubre de 1918, presentó la nota «Los funerales del Artista Saturnino Herrán», les comparto unos detalles de la misma:
Hondamente sentida fue la muerte del artista Saturnino Herrán, de cuyo acontecimiento dimos cuenta ayer, en una pequeña nota de última hora. Pintores, poetas, literatos, dibujantes, políticos, profesionales, amigos los unos y admiradores todos del desaparecido, se dieron cita ayer en la tarde, en el sanatorio de Santa María la Rivera, para acompañar el cadáver del malogrado artista hasta su última morada en el Panteón Español.
La inesperada muerte de Herrán, que todavía hace un mes había concluido su último trabajo, tenía consternados a todos los presentes que, conociendo cual era el lugar prominente que le estaba reservado en el mundo del arte, lamentaban la temprana desaparición de aquel hombre de extraordinario talento que después de haber luchado vigorosamente, y tras miles de afanes, había logrado formar toda una personalidad artística que ya se destacaba, seria, consciente y sólida, tras una preparación constante y decidida […] Sus cuadros más conocidos, El jarabe, La ofrenda y la Leyenda del Ixtaccíhuatl, son obras que pueden servir para juzgar el brillante porvenir artístico que estaba reservado al autor […].
La crítica de arte en México, 1896-1921, coord. Xavier Moyssén, p. 200.
Víctor Rodríguez Rangel
Historiador del arte
Curador del acervo del siglo XIX
Museo Nacional de Arte (Munal)