Retrato de familia. Artistas mexicanas

Por Sofía Neri Fajardo

 

Este texto es un retrato subjetivo que encuadra a 10 personajes en el espacio limitado de unas cuantas palabras: un panorama familiar, cálido, que revisita la trascendencia que las retratadas poseen.

 

Miran de frente a la cámara de la descripción: creativas y desafiantes, aparecen emparentadas por consideraciones de fortuna crítica, de calidad estético-artística de la obra, de impacto mediático y de repercusión internacional. Lamento dejar a tantas fuera, ya que la familia mexicana de mujeres unidas por la fraternidad del arte es muy grande, y el encuadre reducido para dar cabida a todas las pintoras, escultoras, escritoras, poetas, cineastas, bailarinas, compositoras, promotoras, cantantes, bailarinas, performanceras, actrices y fotógrafas mexicanas excepcionales.

En un fondo neutro que no les roba protagonismo, de pie, se ubican por estaturas históricas, que no jerárquicas: la primera, solemne, con traje de monja jerónima (hábito blanco, capucha y escapulario café oscuros), es Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695), escritora y poetisa de curiosidad inagotable, cuyo estilo literario barroco, propio del Siglo de Oro español, abordó temas científicos, filosóficos, humanísticos y cotidianos, en un contexto que no favorecía la formación intelectual de las mujeres, yendo a contracorriente y en paralelo a su desempeño de monja enclaustrada.

A su derecha, vemos los penetrantes ojos verdes de Nahui Olin (1893–1978), que alguna vez se vistió de monja para una sesión fotográfica (vista hoy como un antecedente performático); posa desnuda, cómoda en ese cuerpo que gusta tanto de ser fotografiado y que concentra a la pintora, modelo, poeta y escritora, al personaje inteligente, lleno de pasión en vida y en obra, cuya parte pictórica se caracteriza por un estilo ingenuo y de pulsión erótica, enmarcados por la recreación gozosa de escenarios costumbristas, mientras que sus textos y poesía se relacionan con temas científicos.

Junto a ese volcán de facultades, se sitúa la delgada figura de mirada triste y atuendo elegante de Antonieta Rivas Mercado (1900-1931), multifacética patrocinadora de las artes de la primera mitad del siglo XX, escritora y actriz; su gusto por la escena teatral auspició la creación y sostenimiento del Teatro Ulises, núcleo de literatos, dramaturgos e intérpretes de primer nivel; la Orquesta Sinfónica Nacional, en su origen, contó con su mecenazgo a través del Patronato fundado por ella, y, no conforme, patrocinó también la campaña presidencial del conocido filósofo y educador de la posrevolución.

Al lado de Antonieta, se coloca la muralista y pintora María Izquierdo (1902-1955), de personalidad mezcla del indigenismo nacionalista y de mujer cosmopolita, cuyo rostro de fuertes pómulos y labios pintados de rojo intenso, permite adivinar al personaje que sabía polemizar sobre temas culturales con quien fuera necesario; su estilo pictórico, naïve y metafísico, creó mundos circenses, retratos, paisajes, y naturalezas muertas llenas de colores de luz casi autogenerada. Para cerrar con la línea de artistas que fondean la escena, vemos a la fotógrafa Lola Álvarez Bravo (1907-1993), de apellidos adoptados del ilustre marido dedicado al mismo oficio; cabello claro recogido en chongo en la nuca, de su obra sobresalen los agudos retratos de artistas de la época moderna con los cuales convivió, así como su espléndido sentido de la composición, a través de elementos logrados con técnicas como el collage o la búsqueda de escenas de ritmo impecable.

Gran amiga de Lola, en la hilera que ocupa el primer plano de este panorama, sentada como en uno de sus autorretratos, comenzamos con la emblemática cejijunta y trenzada Frida Kahlo (1907-1954), quien comenzó a pintar a raíz de la inmovilidad inducida por un accidente sufrido a los 18 años de edad, en una mezcla de escape y desarrollo de una sensibilidad innata cuyo enfoque pictórico, de corte figurativo, se concentró en sus propias vivencias, haciendo uso de elementos de corte surrealista mezclados con la herencia del exvoto mexicano, separando así su estilo del de su afamado esposo muralista.

A su izquierda, con un voluminoso peinado “de salón” de la década de los años 1970, reposa una inteligente escritora: Rosario Castellanos (1925-1974), cuya melancólica mirada cavila, enmarcada por cejas depiladas y vueltas a dibujar, emociones y poesía sobre la condición humana y el abuso, desde y para una visión femenina insubordinada a los valores de su contexto, a través de una pluma llena de ironía, compasión y desconsuelo. Junto a ésta observamos un impecable rostro maquillado, de escrupuloso peinado: es la galardonada escultora Ángela Gurría (1929), quien condensó en obra tridimensional de variados formatos, lo figurativo y lo abstracto, en piezas dinámicas, lúdicas y de gran flexibilidad visual, que destacaron en la escultura mexicana moderna de la segunda mitad del siglo XX, con materiales como el barro, la madera, la piedra y el metal, el ensamblaje y el vaciado.

A continuación —quien por razones personales no quiso estar junto a Castellanos— posa Lilia Carrillo (1930-1974), única mujer dentro de los miembros de la Ruptura, generación de artistas cuyo afán por desligarse de los contenidos nacionalistas en la pintura, retomaron lenguajes propios de la vanguardia europea de principios de siglo XX; Carrillo, de expresivos ojos y semblante alegre, desarrolló en sus lienzos equilibrados y emotivos ejemplos de abstracción lírica, en los que mancha y línea conviven en espacios de sutileza óptica.

Por último, una sonriente mujer de cabello corto y lentes que enmarcan unos ojos que atisban la realidad con un excepcional sentido de la justicia, aparece sentada y cómoda en su ser, la más joven del grupo: Mónica Mayer (1954), cuyo ingenio para hacer performances, artes visuales y mantener con vida miles de archivos de arte, corre a la par de su incansable activismo de resistencia pacífica y contundente, siempre ligada a la defensa de la integridad humana en su más acabada expresión, al subvertir clichés sociológicos por medio de la ironía y el humor.

Retrato colorido, constreñido y afectuoso, además de servir como recuerdo entrañable de una gran familia, a veces disfuncional pero de gran imaginación, configura apenas una parte de aquellas creadoras e incitadoras de manifestaciones artísticas que están destinadas a formar parte del inconsciente colectivo de la identidad de este país, México.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Imágenes recopiladas: Sor Juana Inés de la Cruz. Miguel Cabrera. ca. 1750. Museo Nacional de Historia. Castillo de Chapultepec Antonieta Rivas Mercado. Tina Modotti. 1929 Fuente: Oscarenfotos Nahui Olin. Antonio Garduño. ca. 1927. Colección particular_Fuente: Clásico Lola Álvarez Bravo. Tomás Montero Torres. Archivo Tomás Montero Torres María Izquierdo. Autor desconocido. 1941. Fototeca Nacional del INAH.México Frida Kahlo. Gullermo Kahlo. 1932. Sotheby?s Rosario Castellanos. Hector García. Radio México Internacional Ángela Gurría. Paulina Lavista. La Jornada Lilia Carrillo en la presentación de Nueve Pintores Mexicanos. Fundación Cultural Macay A.C. Mónica Mayer_Artishockrevista

 

 

 

 

 

2 thoughts on “Retrato de familia. Artistas mexicanas

  1. Interesante texto, una verdadera lástima que no de el crédito de los fotógrafos. La fotografía de Lola Álvarez Bravo es de Tomás Montero Torres. Gracias por avisar en el blog sobre la nota, pero para INDAUTOR eso no es suficiente. Un saludo

    1. Buenas tardes, muchas gracias por su comentario. Al final del texto hemos puesto tanto los autores de las fotografías como de las fuentes donde las obtuvimos, para nosotros también esto es importante tanto por los artistas como para los lectores. Un saludo cordial.

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