LOS REFLEJOS DEL MAÑANA, por el escritor colombiano Rusvelt Nivia Castellanos

Acabo de llegar al metro de Medellín. Hay luces bailantes en la estación. Esta es la primera vez que me veo en este sitio. Reconozco a la gente con curiosidad. Descubro así de ocasión, hermoso este recinto de espera, donde hay mucha concurrencia de niños y mujeres presurosas. Observo además, los pasillos recién brillados por los lados abiertos.

Asimismo anochece sobre esta ciudad fantasiosa. Las almas van por entre una vanidad dolorosa. Estos prepotentes andan a la ligera con estrés. De repente, unos pocos de ellos se tropiezan conmigo mientras yo sigo por un rumbo desperdiciado. Aparte estos ciudadanos orgullosos no saben sobre quién soy en vida y tal vez nunca lo sepan. Ante el desconcierto, sólo los dejo atrás con sus tardanzas, los olvido entre sus indiferencias.

Al forzado tiempo, voy recordando a los pobres niños que caen a las carrileras del tren. Eso es horroroso como ellos quedan destripados. Tales desgracias, suceden con lástima por entre estos alrededores del tráfico estresante. Igual y pese al dolor, pronuncio esta tragedia para una vez nomás. Así que ya no pienso más sobre estas muertes desconcertantes. Por lo general, las personas ven las noticias del día y enseguida ellos se van poniendo verdes. Eso los siniestros que muestran por televisión son desgarradores. Para colmo, ya no hay censura ni para los infantes. En razón, mejor ni sigo con estas maledicencias.

De momento, prefiero charlar con mi padre. Ambos estamos a la espera del siguiente tranvía. Nos miramos las caras. Nos ubicamos entonces por ahí sobre una banca cualquiera, donde yacen los verdaderos excluidos. En lo sucesivo, escucho a papá quien habla sobre el hombre. Diserta con filosofía, cuan único es existir en este mundo de maravillas.

Yo desde mi posición, claro que acepto sus consejos. Obvio, no lo contradigo en nada. Pese a todo, acaba de resonar un estallido. Es el tranvía, llegó velozmente arrollando a una niña desprevenida. Parece que el conductor, se quedó sin frenos. Y maldita sea, la mató a ella, una rubia de apenas ocho años, nostálgicos y mal vividos.

 

 

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