
Herlinda Sánchez Laurel Zúñiga. La espiritualidad y belleza de un sutil ensueño infantil
Hasta sus últimos años la maestra Herlinda continuó pintando. De vez en cuando regresaba a Ensenada para visitar a familiares y también para recordar su bella y melancólica tierra de mar, desierto y neblina, que ha poblado sus obras desde siempre.
Si bien la producción pictórica de Herlinda (Ensenada, Baja California, 24 de mayo de 1941-Ciudad de México, 21 de febrero de 2019) responde estéticamente a una generación posterior a la Ruptura, ubicada entre los años setenta y ochenta, dentro de un grupo en el que la pintura sigue siendo el medio primordial de expresión, de momentos la artista se abrió a otros campos y medios de expresión utilizando la computadora para elaborar diseños y proyectos para sus pinturas, pues estaba sorprendida de la gama de colores que se puede hallar en aquel aparato digital con el que puede crear y deshacer mezclas casi en un instante. Pero lo complicado es enfrentar la obra en sí, cada una representa un problema o un reto que requiere tanto de un nivel elevado de sensibilidad como un alto grado de razonamiento intelectual. Aunque su difusión en el medio artístico no ha sido contundente por el desplazamiento que sufrieron los artistas de la generación setentera por una dinámica que tenía que ver más con una presencia de la globalización y el mercado, es imprescindible mencionar que ella prefirió renovarse en un campo muy individual, sin dejar de producir, sobreviviendo del comercio de sus obras y de la docencia.
Hablar con el corazón o la razón fue una disyuntiva que se discutió cuando presenté por primera vez el proyecto de tesis sobre la biografía de la maestra Herlinda a la doctora Teresa del Conde y al maestro Ignacio Salazar. Pues el hecho de haber sido alumna de Herlinda me situaba en una controversia que podía colocar el trabajo en una suerte de ambigüedad. Consideré a Herlinda por el trabajo, el tiempo y la paciencia que ella había entregado a la pintura, sacrificando todo, incluso una vida amorosa y placentera de familia. Ella es, antes que todo, una pintora, que se ha aliado de la escritura y de su labor como docente para procurar un orden a su inquietante imaginación, a su obsesión y disciplina por el detalle y la delicadeza para encontrar una armonía en su obra, la cual encierra una celebración por la vida siempre en constantes contrastes y con un sentido altamente feminista tal como lo representó en Mujeres en agosto[1] (1990). En la obra figuran dos mujeres jugando en el espacio, la del lado izquierdo trata de alcanzar el sol, mientras que la del lado derecho, balanceándose en su bicicleta sin rigidez alguna, hace todo el intento por obtener la luna, quizás para encontrar el ciclo perfecto, tal vez el de la fertilidad, que está simbolizada por el miembro fálico que acecha a las dos mujeres, por ventura alude al ciclo entre la vida y la muerte, entre la luz y la sombra.
Herlinda Sánchez Laurel Zúñiga. Mujeres en agosto. 1990. Colección particular
Sus obras son la “celebración de la vida y de lo vivo. Por ello el ambiente festivo y hasta carnavalesco, la pasión por el disfraz que proporciona el color y la transformación de las apariencias que la percepción sensible le revela”[2] muy apegada a un sutil ensueño infantil. Entre sus obras, mencionaré por último a un dibujo titulado Ciclista (1990)[3] —pieza que Raquel Tibol calificó como “narrativa visual ingenuista, saturada de sentimientos maternales”—[4] ya que recapitula grandes implicaciones psicológicas de la artista que deambulan entre el juego y la ilusión, tal vez la añoranza de un hijo que nunca llegó a su vida, lo que generó en ella el afán por recrear un mundo infantil existente solo en la fantasía, donde los personajes y animales que propone reflejan su alma, siempre en constante vuelo de nostalgia y embelesamiento por el sortilegio de la vida y de la muerte, tal como lo transmitió en un poema en 1978:
Quisiera abrazarme del viento y me llevara, quisiera tirarme al mar o que me crucificaran, porque no puede ser verdad. No puede ser que yo exista. Noche, tirítame de frío, tormenta, anégame en tu llanto, Sol, si puedes acércate y calcíname. Más no me dejes estar obsesionada, de un imposible sueño, de una equivocación arrebatada. Tierra, húndeme en tu vientre y atrápame sin pena en tu negrura, que no quiero pensar en su hermosura, ni en la extrañante luz que jueguetea en su cara. Si hay Dios, que desaparezca, si hay diablo, que se vaya, porque seguramente él, me está haciendo esta mala jugada. Y si hay un Espíritu Santo que se convierta pues, pronto, en paloma blanqueada, y me lleve hasta el sitio donde exprima mi sangre y me desprenda el alma, para que ya no pueda estar de ti, enamorada… dudar de que estoy viva, sabia.
El poema resume un silencio entre el juego, la vida y la muerte que deambula en el concepto de cada una de sus obras: “Cuando me preguntan cuál es mi concepto, normalmente titubeo y no sé que decir pues considero que cada periodo o etapa tiene un concepto distinto aunque dentro de todo se conserve un objetivo original: la espiritualidad y la belleza”. Estas palabras encierran lo que ha sido su lucha y lealtad por la pintura, el universo íntimo que se ha transformado en su refugio.
Herlinda Sánchez Laurel Zúñiga. Ciclista. 1990
[1]Esta pieza participó en la muestra Women in mexican art, que se llevó a cabo en 1991 en la Iturralde Gallery ubicada en Los Ángeles California, en la cual Herlinda expuso junto con Lilia Carrillo, Olga Costa, María Izquierdo (1902-1955), Frida Kahlo (1907-1954), Perla Krauze, Magali Lara, Joy Laville (n.1923), Lucía Maya (n.1953), Irma Palacios y Cordelia Urueta.
[2] Armando Torres Michúa (texto de presentación). Herlinda Sánchez Laurel. Obra reciente, op. cit.
[3] Este dibujo, tinta china sobre papel, se presentó en el Museo de Arte Moderno en la muestra Dibujo de mujeres contemporáneas mexicanas, en la que se reunieron obras de 28 mujeres artistas. Como se lee en la presentación del catálogo, el proyecto no tenía ninguna pretensión de ser una muestra exhaustiva de lo que estaban realizando las mujeres en el arte mexicano, pero sí rescatar contenidos estéticos que albergaran un sentido feminista. Entre las participantes estaban Herlinda, Mónica Mayer (n.1954), Maris Bustamante (n.1949), Perla Krauze (n.1953), Gilda Castillo (n. 1955) y Magali Lara (n.1956).
[4] Raquel Tibol. “¡Atención! Mujeres dibujando” en Dibujo de mujeres contemporáneas mexicanas. México, D.F.: Museo de Arte Moderno, INBA, 1990-1991. p. 5.